viernes, 19 de diciembre de 2014

Mi Amigo Catire

29 de marzo de 2014 a la(s) 1:25
Mi Amigo Catire



A mis amigos: Kike, Parcho, Adolfo, Gerardo... 



Gustavo Medina Aguillón



En el año 1971, tenía yo 11 años de edad, acababa de pasar la euforia de la Copa del Mundo México 70, donde Brasil (el de Pelé, Jairzinho, Riverihno, Tostao, Gerson, Clodoaldo y demás deslumbrantes compañeros) obtuvo su tercera Copa Mundial; un amigo entrañable de la casa (César Mijares) me había obsequiado un precioso balón de fútbol como regalo de navidad y yo entusiasmado bajé como casi a diario, al parquecito frente al edificio donde vivíamos a jugar con alguno de mis amigos a “matar fiebre”, pero no encontré a nadie, era cercana ya la Semana Santa y mucha gente de la urbanización adelantaba su salida de la capital huyendo del bullicio de la ciudad.



Me puse a driblear el balón yo sólo, de extremo a extremo del pequeño parque hasta que aparecieron otros cinco niños, tres como yo, uno como de unos 14 años y una niña pequeña, me preguntaron si quería jugar con ellos y yo por supuesto asentí. Comenzamos a jugar una partida demarcando las porterías a ambos extremos del parquecito y así estuvimos por un buen rato jugando.



Pasada una o dos horas, los chamos se despidieron y se dirigieron hacia la puerta del parque, pero el más grande de ellos llevaba el balón en sus manos y entonces le dije: “chamo, dame mi balón”, a lo que él respondió: “¿Cuál balón? Este me lo llevo yo…” en ese momento los otros niños se agruparon en torno a él, como advirtiéndome que no insistiera y fue entonces cuando lo vimos…debajo de uno de los bancos de concreto, estaba echado un perro grande, color entre amarillo y ocre con el hocico negro, salió como una tromba de su escondite y se abalanzó furioso contra el muchacho que tenía el balón, éste asustado se montó en la rueda del parque, donde ya se habían montado los otros niños aterrorizados y casi llorando me gritó: ”chamo, agarra tu perro, toma el balón, pero dile que no nos muerda”…fue algo automático, yo le dije al perro: “Catire!, ven acá!, quieto!..” y así fue, volteó hacia mí, agachó la cabeza y agitaba la cola mientras se me acercaba como si fuera mi mascota, mi amigo de toda la vida!...demás está decir que los niños salieron corriendo del parque y de lejos el más grande me gritó: “chamo, dile que no nos muerda, ya nos vamos…” así conocí a Catire, como lo bauticé tan improvisadamente, fue mi amigo inseparable, compañero de juegos y excursiones.



Lo quise llevar a mi casa, pero mi papá se opuso rotundamente, según las ordenanzas, no se podía tener perros en los apartamentos…de nada valió que le alegara que había decenas de personas que tenían perros en sus apartamentos y que incluso había personas que tenían más de uno en sus casas. Así que Catire se quedó en el jardín del edificio, allí dormía y le llevaba agua y comida. Pronto mis otros amigos del edificio comenzaron a cuidarlo también y él jugaba con nosotros y nos  cuidaba.



Jugábamos a policías y ladrones y él era parte del juego, capturaba a los ladrones, porque era lo que más le gustaba, nos protegía de los muchachos más grandes que pretendían abusar de su fuerza o tamaño. Gerardo Montemarani, Kike Milano, Adolfo Mota, Hugo Quintero, Eliseo Hernández, “Parcho” (Rafael García Pichardo), Elías Grau, Fradique Montes, y muchos otros vecinos de los edificios Panamá, Paraguay, Venezuela, Bolivia, de la urbanización Las Américas, de San Martín, nos turnábamos para cuidarlo, lo llevamos a la Asociación Protectora de Animales a vacunarlo y llevábamos sus controles.



Catire seguramente fue un perro abandonado, ya sabía muchas cosas que nosotros fuimos descubriendo asombrados: si le lanzábamos cualquier objeto o pelota, corría a buscarlo y lo entregaba, sin maltratarlo, todas las mañanas cuando salía a la escuela, él estaba sentado en la planta baja, esperándome, me escoltaba hasta la puerta y se quedaba viéndome hasta que desaparecía de su vista. Al salir de clases, al mediodía, ahí estaba Catire, sentado en la puerta batiendo su cola, esperándome para ir a la casa y yo apenas llegaba, me cambiaba la ropa y bajaba después de almorzar, a jugar con él y mis otros amigos.



Pero hubo una ocasión en que Catire nos dejó a todos boquiabiertos…en la urbanización de cuatro bloques de tres edificios cada uno, existía un módulo policial, donde en ese tiempo había unos funcionarios de la Metropolitana que hacían su ronda regularmente a pie, estaba en el extremo oeste, adosado a la escuela Luis Padrino, que tiene una larga pared perimetral. Un día en la tarde, jugando en el jardín del edificio, oímos unos gritos desesperados de auxilio de una mujer a la que un ratero le estaba arrebatando su cartera…Catire salió corriendo a toda velocidad y nosotros detrás de él, encontramos a la mujer rodeada por varios vecinos que bajaron a socorrerla, el policía que venía cerca y vio lo acontecido, siguió de largo en persecución del delincuente, pero Catire corrió desesperadamente en sentido contrario… nosotros emprendimos la carrera detrás de Catire, y cuando estábamos terminando de rodear la escuela… vimos al delincuente con el bolso en la mano que corría directamente hacia nosotros y al policía que lo seguía como a 100 metros de distancia, entonces Catire se adelantó y se le fue encima al ratero, lo tiró al piso y lo inmovilizó, amenazando con morderle la garganta, el hombre estaba aterrado cuando llegó el policía y sólo entonces Catire se retiró y vino a mí, batiendo la cola y agachando la cabeza, todos lo acariciamos y celebrábamos a nuestro héroe canino, el agente de la Metropolitana nos dijo: “¿De quién es ese perro?” y nosotros respondimos que era de todos nosotros los del Panamá, entonces nos dijo que nunca había visto a un perro hacer lo que hizo Catire, que decidió correr para cortarle el camino al delincuente por el único sitio donde hubiera podido escapar, sino hubiera intervenido Catire, tal vez el ladrón se hubiera escapado, puesto que le llevaba más de 100 metros de ventaja al policía y éste era un señor mayor, a punto de jubilación y el otro era mucho más joven, como de unos 25 años de edad…



Acompañamos al policía-que luego de encerrar al delincuente-se dirigió a entregar el bolso a su dueña, y cuando le explicó a la señora lo que hizo Catire, la señora insistió en comprar comida para él, como una manera de compensar el rescate de su bolso.



Diariamente, cuando yo iba a salir de la urbanización para comprar algo en la panadería o en el supermercado más cercano, Catire me seguía hasta la avenida, entonces yo le decía: “Catire, vete para la casa!, no vengas para acá” y él se daba la media vuelta y corría de vuelta al edificio, y allí me esperaba. Pero Catire, jugaba con todos, y nos obedecía a todos los niños, no así con las personas mayores, excepto a mi papá… cuando se acercaba la hora de él llegar a la casa, Catire corría al estacionamiento y esperaba sentado pacientemente a que apareciera el carro de mi papá y luego de saludarlo con efusivos saltos, y agitando su cola, caminaba con él hasta la entrada del edificio.



 Pero Catire, que tenía una enorme paciencia y mansedumbre con nosotros los niños, no era igual con los adultos mayores, me imagino que alguien con esa característica lo maltrató o dejó en él un mal recuerdo que brotaba cada vez con mayor frecuencia cuando alguien anciano se acercaba a nosotros o a donde él estaba.



 Un día un vecino, un anciano al que no le gustaba la idea de que Catire estuviera en el jardín del edificio, amenazó con envenenar al perro. La animadversión era mutua, Catire no podía ver al señor porque se enfurecía y era difícil controlarlo, quería morderlo, se abalanzaba contra él apenas aparecía en la distancia, mi mamá decía que eso era porque seguramente el perro presentía los malos deseos del señor o que éste le había hecho alguna maldad a Catire.



Todos nos preocupamos, vivíamos pendientes de estar todo el tiempo con él, vigilando lo que comía o bebía. Entonces apareció el policía, el agente de la Metropolitana que ya conocíamos porque lo veíamos todos los días haciendo su ronda, fue a buscarnos al edificio, ya le iban a dar su jubilación y como tenía una casa con terreno en el Junquito, quería ofrecernos adoptar a Catire, cuidarlo, se comprometió a no permitir que nadie lo maltratara y ofrecerle el amor de su familia…yo lloré mucho, pero pensé que era lo mejor para Catire, todos estuvimos de acuerdo y a los pocos días, el agente vino a buscarlo una mañana junto a uno de sus hijos… frente al edificio Chile, estacionó una camioneta pick up en la que se llevarían a Catire, los vecinos del edificio observaban extrañados la pequeña congregación de niños que se despedían de su amigo canino, éramos unos 10 0 12 niños que acudimos a la despedida más alegres que tristes, porque sabíamos que le salvábamos la vida a nuestro querido amigo y que por fin tendría el hogar que se merecía. Catire fue uno de nuestros más entrañables amigos, compañero de horas de disfrutar jugando y soñando. Mucho del amor que siento por los perros se lo debo a mi amigo Catire.



Caracas, 28 de marzo de 2014.

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