viernes, 19 de diciembre de 2014

Cuento de Navidad venezolano Gustavo Medina A.

11 de diciembre de 2014 a la(s) 21:09
 Hubo un tiempo en Venezuela en que la costumbre cristiana de dar obsequios en navidad no era a través de la figura de Santa Claus, San Nicolás o Papá Noel- figuras hermosas y nobles, pero ajenas a nuestra geografía e identidad - o incluso el más increíble pero adorado Niño Jesús…

Desde los tiempos de la colonia hasta los años del terror gomecista, los obsequios familiares y especialmente de los niños, los traían los Reyes Magos, personajes más cercanos a nuestra tradición judeo-cristiana de herencia hispánica: Melchor, Gaspar y Baltasar; y la historia que siempre nos contaban los mayores sobre Artabán, el cuarto Rey Mago, que por ayudar a cuántos se topó en el camino se extravió, y cuando por fin llegó a encontrarse con Jesús era el día de su crucifixión y el de su propio fin en esta tierra, teniendo el honor y el privilegio de ser consolado y perdonado por Jesús antes de expirar.

En esos años, casi al final de la tiranía gomecista, en el pueblo de Puerto Cumarebo, en el municipio Zamora, del hoy estado Falcón, existía una escuela federal graduada-  como se denominaba a las que llevaban a los alumnos hasta 6º grado de primaria y que dependían del Ministerio de Educación de entonces- llamada “Padre Román” y liderada por un insigne maestro, el profesor Manuel Vicente Cuervo, “Chento” en el argot popular, pedagogo, investigador, curioso y apasionado lector, uno de los más ilustres maestros de nuestro siglo 20, de recio carácter, orgulloso formador de generaciones.

Los niños y jóvenes acudían presurosos, entusiasmados a la vieja casona donde funcionaba la escuela, el viejo patriarca, grande, de voz potente y clara, infundía respeto y a la vez admiración entre la muchachada. Había un grupo de los ya mayorcitos, que era referente para los otros niños del pueblo, destacados alumnos todos, y el maestro Chento no dejaba escapar oportunidad para difundirlo y hacerlo saber…

Pero en ese entonces la educación no era una prioridad para la gran mayoría de las personas, que incluso veían la escuela como una pérdida de tiempo, azorados como estaban por la pobreza, lo fundamental era que los niños crecieran rápido para que trabajaran y ayudaran en la casa…esa era la mentalidad imperante y ante la cual el maestro Chento  debía enfrentarse duramente todos los días.

Entre esos alumnos aventajados, había uno, al cual el maestro Chento le tenía especial cariño y brindaba su atención; un niño flaquito, inquieto, enérgico, que era criado por su abuela materna, había perdido a su madre a los 4 años, y su padre se había ido lejos, dejando al niño con la abuela.

Ese niño y su abuela vivían en una choza alquilada y hacían maromas para sobrevivir: mientras la abuela elaboraba arepitas dulces y empanadas, conservas de coco o dulce de leche; el niño iba en las noches a los bares y burdeles del puerto a venderle a los clientes, iba los fines de semana a cortar y cargar leña a los campos cercanos para luego venderla en el puerto, durante el día- cuando no estaba en la escuela - hacía mandados en el pueblo a los comerciantes de la calle Real, hoy calle Bolívar. Pero en ese entonces Puerto Cumarebo era una localidad pequeña en donde circulaba mucho dinero pero éste se detenía en pocas manos… pagar el mísero alquiler, comprar comida o ropa era una tarea titánica para un niño de 12 años y su abuela enferma…

Un día en plena época navideña, el niño no se apareció más por la escuela, era un jovencito de 12 años que cursaba el primer grado, despierto, aplicado, curioso, con muchas ganas de aprender, y al maestro le extrañó no verlo más…a diferencia de los otros niños que tenían familia y casa conocida, él era el primero de su familia que asistía a la escuela, y casi nadie sabía dónde vivía…el maestro lo buscó por varios días, sin dar con él o la abuela…Tampoco lo pudo ubicar visitando los bares, recorriendo el muelle y hasta los mismos burdeles…nadie sabía explicar que le pasó, ¿porqué si le iba tan bien en la escuela, había abandonado repentinamente todo?..Era un misterio…

Por fin uno de los compañeritos de la escuela, que vivía en la calle Real, estaba jugando en las afueras del pueblo, vio al niño, y habló con él:

 - Oye ¿porqué no has ido más a la escuela?, ¿qué te pasó?-

Entonces el niño apenado,le confesó a su amiguito: - Es que mi abuela y yo tuvimos que abandonar la choza en la que estábamos viviendo, porque no teníamos dinero y debíamos tres meses de alquiler y además, buscando leña se me rompió mi pantalón y no tengo alpargatas, así no puedo ir a la escuela…

Ese mismo día el compañero de la escuela, mientras cenaba con su familia, le contó a su padre lo que pasaba con el niño que el maestro estaba buscando desde hacía varios días, le dijo lo que habló con él y que al día siguiente le diría al maestro lo que pasaba…el padre le dijo al niño:

-Quiero que mañana, me lleves a buscar a ese niño, antes de ir a la escuela-

-¿Para qué papá?-contestó el jovencito sorprendido- mañana es el último día de clases de diciembre…yo no quiero faltar…

-Y no faltarás -contestó el padre sonriendo.

Temprano en la mañana del día siguiente el joven llevó a su padre hasta el sitio que llamaban El Solitario,una lejana loma, era en ese entonces el lugar más apartado del pueblo, una trocha polvorienta en donde habían unas pocas chozas miserables, techo de paja,paredes de bahareque, piso de tierra, ventanas abiertas y una destartalada puerta…preguntaron a un vecino y ubicaron la choza donde la vieja abuela estaba con su nieto…

-Buenos días, señora- dijo el padre que venía acompañando al hijo…

-Buenos días, ¿qué se le ofrece?- contestó la abuela, sorprendida por la aparición de ese caballero bien vestido y de su hijo, a quienes todos conocían en el pueblo porque era de una de las familias con más dinero y de las más respetadas en Puerto Cumarebo.

-Vine porque mi hijo me comentó que su nieto no ha ido más a la escuela-

-¿Y qué tiene usted que ver con eso?- le preguntó la anciana al señor encorbatado…

-Que mi hijo me ha explicado por qué su nieto no ha asistido más a la escuela y me ha dicho que es el mejor alumno del maestro Chento y que es un buen muchacho-

-Es verdad- comentó la abuela -mi nieto es muy aplicado y bueno, y está triste porque no ha podido ir más…

-Yo vine por eso mismo- la atajó el padre del compañerito - traje esto - y enseguida le entregó un paquete que traía bajo el brazo - y quiero entregárselo en nombre de mi familia e invitarlos a usted y a su nieto para que vengan a nuestra casa para la cena de Nochebuena-

La abuela recibió el paquete agradecida, y al abrirlo descubrió un par de pantaloncitos de drill, nuevos, perfectamente doblados, uno sobre el otro, encima de estos dos camisas igualmente nuevas y dobladas, y rematando un par de alpargatas nuevas…su ojos se iluminaron y se llenaron de lágrimas de agradecimiento..Llamó al nieto, lo hizo vestirse y le indicó que se fuera a su escuela con su amiguito y su papá. Los tres bajaron la trocha, felices,especialmente el niño que iba con su camisa, su pantalón y alpargatas nuevas…

Desde ese día el niño nunca más faltó a su escuela, por más difícil que fuera su situación, hizo muchos amigos entrañables y se convirtió en el hijo que nunca tuvo el maestro Chento, siguió su ejemplo y se convirtió en un extraordinario maestro,iniciándose como alfabetizador primero y luego como maestro rural, después fue maestro de aula, se hizo poeta, escribió hermosas crónicas, publicó muchos artículos en diarios y revistas, luego fue director de escuela, Supervisor estatal, Supervisor nacional, maestro normalista egresado de la primera promoción de la Escuela Normal Miguel Antonio Caro, Licenciado en Educación de la primera promoción en la Escuela de Educación de la Universidad Central de Venezuela, Docente en la Escuela de Educación de la Universidad Central de Venezuela durante más de 25 años, Profesor Instructor en la Academia Militar y docente en varios planteles privados de mucho prestigio, participó como asesor en la creación de los estudios humanísticos en la Universidad Simón Bolívar, también en la creación de la Universidad Católica Andrés Bello…Pero sobre todo, tuvo una hermosa familia a la que amó tanto como amaba la Navidad!

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