viernes, 19 de diciembre de 2014

La Colina de El Calvario

18 de octubre de 2012 a la(s) 17:07
La Colina de El Calvario

por: Gustavo Medina Aguillón

Caracas tiene lugares cargados de historia que, a pesar de la anarquía de su crecimiento urbano y del desconocimiento o desprecio que sus gobernantes han demostrado hacia ella, perduran en su geografía cada vez más maltratada. Uno de ellos, emblemático por su significado histórico y en mi opinión de los más bellos, es la colina de El Calvario o parque del mismo nombre.
Ubicado al oeste de lo que fue la cuadrícula fundamental, vigilando el viejo camino que conectaba la ciudad con el litoral y apuntando hacia lo que eran tierras de los bravos Toromaimas ( la actual Catia), desde su cima podía verse completamente la antigua empalizada de la incipiente ciudad que luego sería Santiago de León de Caracas.
Desde allí, los bravos caciques de los pueblos aledaños, quienes habían creado una confederación que agrupaba a más de 20 mil guerreros, Caracas, Toromaimas, Mariches, Tarmas, Teques, Quiriquires, entre muchos otros, vigilaban los movimientos de los conquistadores; pero Diego de Losada, como militar de formación, también comprendió el valor estratégico de esa colina y en los días anteriores a la famosa batalla de Maracapana, tendió una celada a los caciques; haciéndoles creer que haría con ellos una negociación de paz, capturó a más de 60 caciques y ordenó sembrar en la cima de la colina estacas de más de 4 metros de alto, y luego empaló a los caciques para que estos sirvieran como efecto disuasivo a los otros indígenas.
Hubo muchos caciques, como Naiguatá, jefe de los indios Tarmas, o Chacao y Tiuna, que no creyeron en las palabras de Losada, y vieron y escucharon a lo lejos, los alaridos de dolor de los agonizantes torturados, cuyos cadáveres fueron dejados así, a la intemperie para provocar pánico entre los indígenas que no acostumbraban esas prácticas.
Losada estaba en una posición desesperada, no había en la naciente ciudad, más de trescientos hombres capaces de empuñar un arma y sólo había un centenar de caballos. Contaba con el apoyo de los llamados Yanaconas (aproximadamente 14 mil; indios serviles) pero no confiaba en ellos, temía que en algún momento lo traicionaran y se unieran a la confederación.
Los indios habían logrado reunir una considerable fuerza y se reunieron en las orillas de la laguna de Catia (Maracapana, lugar de las maracas) y estaban dispuestos a vengar a sus mártires y echar de sus tierras a los invasores españoles.
Los indígenas deliberaron durante tres largos días. Esperaban la llegada de Guaicaipuro, a quién habían nombrado jefe de la confederación, éste venía con una columna de unos 2 mil indios Tarmas y Teques, pero tardaron mucho en llegar porque hacía mal tiempo.
Mientras tanto, los habitantes de la ciudad estaban sin dormir, escuchando a lo lejos los tambores y los alaridos de los centenares, miles de indios concentrados en Maracapana, bailando y entonando sus cantos de guerra; establecieron guardias que vigilaban la fortificada empalizada, cavaron fosos, distribuyeron armas y municiones, prepararon los caballos y mandaron un mensajero a pedir refuerzos al Tocuyo (…a más de una semana de camino).
Al segundo día, uno de los centinelas divisó a un jinete que se acercaba veloz hacia la ciudad y entonces se ordenó abrirle las puertas, pero ya dentro de la empalizada confirmaron con horror que era el mensajero muerto, amarrado a la cabalgadura. Había sufrido terribles torturas, le sacaron los ojos y le habían cortado la lengua.
Al ver que los pobladores comenzaban a caer en pánico y que los indios, distantes un kilómetro y medio aproximadamente, no se decidían a atacar, Losada optó por una medida desesperada y audaz, salió a su encuentro junto a unos ochenta jinetes, lanza en ristre y los arcabuces y pistolas cargados, llevaban varios perros de presa a los que no se les había dado alimento en varios días. Tomaron el camino de El Guarataro, rodearon El Calvario por su parte sur y entraron a Maracapana por su orilla oeste, (se cree que los españoles avanzaron por el abra donde hoy se ubica la avenida Morán, subiendo de San Martín hacia la Silsa…).
Los indios miraron sorprendidos aquel avance, no habían detectado el movimiento de aquel ataque y sólo les quedó atacar de una vez, sin mayor orden, sin jefatura, se lanzaron contra aquellos jinetes para morir pisoteados por los caballos o atravesados por las lanzas de hierro. La matanza fue terrible, los perros desmembraban brazos y piernas en su arremetida furiosa, los jinetes degollaban con sus espadas a los que iniciaban la desbandada, remataban a los heridos con sus pistolas, según Garci González Da Silva dieron muerte a más de mil indios y los españoles perdieron 20 hombres.
Pasado el tiempo, la colina de El Calvario se convirtió en lugar de peregrinación durante la celebración de la Semana Mayor, pero volvió a ser sitio de importancia capital para nuestra ciudad, cuando en los días terribles de la guerra de independencia, en sus alturas el General Francisco Bermúdez, como parte de la estrategia concebida por el Libertador, llevó a cabo las maniobras de lo que se conoce como La Diversión de Oriente, y así evitar la unión de los ejércitos realistas de Oriente y Occidente.
Entre los meses de abril y mayo de 1.821, se libraron diversos combates y escaramuzas en El Calvario, como parte de esta estrategia, que exitosamente permitió a El Libertador concentrar todas las fuerzas de su ejército en Taguanes, mientras que mantuvo divididas las fuerzas realistas a la vez que éstas no percibieron la maniobra de los patriotas. Estas acciones fueron claves para la victoria de los patriotas en la batalla de Carabobo el 24 de junio de 1.821, y promovieron a Francisco Bermúdez al rango de General en Jefe.
Cuarenta años más tarde, durante la Guerra Federal, en las alturas de El Calvario acampó el ejército “Godo”, como se les decía a las fuerzas centralistas que defendían el gobierno del General José Antonio Páez, al mando del General León de Febres Cordero. De allí partieron rumbo a la batalla de Coplé, en el estado Guárico, donde asestaron una tremenda derrota a las fuerzas federalistas comandadas por el General Juan Crisóstomo Falcón.
El Calvario fue escenario de numerosos enfrentamientos y escaramuzas durante esos convulsionados años entre el final de la guerra federal y la revolución Libertadora de 1.901.
El General Antonio Guzmán Blanco, quién tenía una gran afición por la ciudad de París, y siempre que no estaba allá, la añoraba, consciente tal vez de la importancia histórica de la colina de El Calvario, decidió crear en sus predios un parque para el deleite de los caraqueños que recordara el Montmartre parisino. Diseñado por paisajistas franceses traídos especialmente para ello, fue una buena obra inaugurada en 1.883, que la ciudad agradecida ha sabido conservar y espero que siempre los caraqueños la visitemos, la cuidemos y le enseñemos a nuestros hijos a valorarla, porque ella es parte del más profundo acervo histórico de los hijos de Caracas.

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