miércoles, 4 de febrero de 2015

Recuerdo de un Día de mi Juventud (a propósito del 12 de febrero de 1.814)

 Recuerdo de un Día de mi Juventud (a propósito del 12 de febrero de 1.814)
Gustavo Medina Aguillón

En 1.973 en el mes de febrero, tenía yo recién 13 años, y por razones que no vienen al caso vivíamos en Barcelona, España; estábamos residenciados en un viejo y bello apartamento en una calle cercana al barrio gótico y dos o tres veces por semana acudíamos a una hermosa taberna rústica, ubicada en un rincón bien escondido del barrio gótico.

Era un lugar más bien pequeño, pero con una amplia barra y tres o cuatro mesones de madera gruesa, con bancos, no había sillas. El lugar era frecuentado por universitarios, y era atendido por su propio dueño, un gigantón rubicundo, de aspecto hosco y espesa barba, que hablaba el español con un acento muy particular y con gran destreza para atender mesas y barra. Su nombre era Pablo y tras su aspecto rudo y fuerte, habitaba un ser muy especial: Pablo era un hombre culto, o más bien cultísimo!, hablaba con cualquiera sobre filosofía, historia, arte, gastronomía, cine, mitología griega, periodismo, medicina y hasta de “ciencias ocultas”, también le encantaba la política, pero era la época del Generalísimo Francisco Franco Vaamonde, “caudillo de España por la gracia de Dios”…Hablar de política-mucho más en un bar o taberna-era un acto temerario, por decir lo menos…

A mi papá le encantaba el lugar, no sólo por su aspecto de antigua taberna de marineros, que hacía pensar en viejas historias de mar y de piratas, sino por la presencia constante de estudiantes y profesores que departían sanamente, en un ambiente un poco ruidoso pero no estridente; además, servían cerveza de sifón o “lisas” como le decimos en Venezuela, aunado a unos deliciosos “bocadillos” que preparaba el mismo Pablo. Era otra época, un bolívar equivalía a 13 pesetas, y el salario que ganaba mi papá rendía al cambio lo suficiente para que una familia de 5 integrantes pudiera darse esos y otros gustos.

Pablo era un ser muy estimado y buscado por los estudiantes, que le consultaban de todo, y él los ayudaba: qué si les habían mandado a hacer un trabajo de historia…Entonces él les sugería bibliografía y les adelantaba como podría ser la cosa…Si el asunto era sobre periodismo, también les sugería libros e indicaciones, en fin, Pablo repartía generosamente sus conocimientos y su saber sin ningún tipo de cortapisas, siempre de buen humor, a veces con un gran habano entre sus manos, y soltando palabrotas que en su voz estentórea y extraño acento unido a su carisma arrollador no sonaban nada mal sino más bien hasta simpáticas.

 A Pablo le encantaba conversar con mi papá, y era algo mutuo, los dos se enfrascaban en unas discusiones filosóficas y a veces (a sotto voce…) sobre política, o historia, o gastronomía- algo que le apasionaba- entonces el experimentado cantinero, despachaba y regresaba a tomarse una cerveza en nuestra mesa, y si la conversación se ponía más intensa, entonces le encargaba a su ayudante la atención del negocio mientras él se tomaba las cervezas como un parroquiano más, conversando, lanzando palabrotas y unas carcajadas retumbantes, inolvidables para mí.

Mi hermana estaba pequeña y él entonces siempre buscaba algo para que ella se entretuviera, hablaba con mi mamá sobre cosas simples y generalidades pero siempre con una profundidad que descubría su enorme bagaje cultural…Yo sólo observaba, oía, reía con sus ocurrencias que eran muchas y me parecían geniales, me gustaba mucho un bocadillo que él preparaba con queso manchego y jamón serrano, pero él se extrañaba de que a mí me gustara la mostaza y el picante y de que yo no tomara cerveza, algo que en Venezuela no era (ni es bien visto, yo tenía 13 años!..).

 Entonces un día le dijo a mi papá: -hombre!, dejad que el chaval pruebe la cerveza- y sin esperar alguna respuesta le dijo a su ayudante:-traedme otra cerveza!...Así probé por primera vez la cerveza, y realmente no me supo muy bien, pero me pareció refrescante, se dejaba colar…Entonces sorpresivamente Pablo me espetó:-¿Sabéis porqué en Venezuela se celebra un Día de la Juventud?-

La pregunta me sorprendió, al principio no supe que decir, miré a mi papá, que me estaba mirando también y a mi mamá, entonces le dije:-Se celebra por el Día de la batalla de La Victoria…-


-¿De cuál victoria habláis? ¿Qué batalla fue esa?-preguntó Pablo mirándome fijamente entrecerrando los ojos…

Entonces le conté del terrible contexto del año 1.814, le hablé de la Guerra a Muerte, del famoso decreto, de Boves y su crueldad, de sus sanguinarios secuaces, de Bolívar, del heroico General José Félix Ribas, de los valles de Aragua, de la ciudad de La Victoria, y por último del sacrificio de los jóvenes estudiantes caraqueños, no solamente de los seminaristas como tradicionalmente se repite, hubo otros, hasta los de la escuela de música de Chacao, que se presentaron voluntariamente para luchar por la independencia de su país, le conté de las tres cargas sucesivas de la caballería realista en las estrechas calles de aquel pueblo semi-destruido, de la defensa del campanario, de las tres monturas que le mataron a Ribas, de los hermanos que se encontraron cuerpo a cuerpo en filas contrarias, de su arenga para la Historia y la providencial llegada de Campo Elías por el camino de San Mateo…Yo me tomé otra cerveza (fueron 2...) y él se tomó varias, al igual que mi papá, no me interrumpió para nada y me miró fijamente mientras yo le echaba toda esa larga historia…

Cuando terminé me dijo:-Hombre!, haz hecho tu deber!!...Quiero que cuando vengáis otra vez me contéis más sobre qué pasó con ese bravo General José Félix Ribas!, aahhh, y a ti no te cobro, tu padre puede pagar si quiere, pero lo tuyo corre por mi cuenta…

Volvimos muchas veces y Pablo se esmeraba en prepararme él mismo mi bocadillo y traerme una cerveza (sólo una…), siempre me pedía que le contara cosas de la historia de la guerra de la independencia y así fue hasta que llegó el momento de regresar a Venezuela.

Acudimos a la taberna para despedirnos, y allí nos reunimos con algunos vecinos y amigos, compartimos durante toda la noche y al final Pablo se negó a cobrarle a mi papá, nos dimos un fuerte abrazo y me dijo:-Sigue leyendo chaval!!, me harás falta!.

De regreso en Caracas, ya en nuestra casa y pasado el tiempo, una noche un canal de televisión transmitió “El Ciudadano Kane”, y mi papá me dijo:-¡Deberías ver esa película!, es una de las más importantes del cine mundial, su director y protagonista es uno de los más grandes del cine… y de los más cultos.

Así lo hice, y cuando la terminé de ver, no pude contener el llanto y le comenté a mi mamá:-¡Mamá Orson Welles es igualito a Pablo!, es decir, así ha debido lucir Pablo cuando era joven…


Y mi mamá, con una triste sonrisa me dijo:-Así era él!, hijo.

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